23/12/06

Agua

El rey del mar casi murió atrapado entre las artes de un taimado pescador. Desde que la curiosidad venció a la prudencia del tritón, éste no supo refrenar el ansia por conocer la procedencia de esa misteriosa luz ambarina que, jugueteando con él, ora aparecía en la costa, ora se esfumaba como las palabras en el viento.

Una de tantas noches, mecido en un lecho de algas, soñó con alcanzar entre sus manos la cálida y distante luz. Las advertencias de su viejo padre sobre la crueldad de los seres sin cola que había allende las costas no terminaron de disuadir al joven, que se aventuró con la siguiente luna plena hasta los límites que a su pueblo les estaban permitidos. Arreciaba el oleaje, y una tormenta se vislumbraba en el horizonte. Cuando se quiso dar cuenta, las nubes negras como el pesar habían vestido el cielo, ocultando el inmenso ojo blanco que vigila las noches de los amantes. Rayos y centellas se desataron con la tormenta. Pero al fin distinguió la intermitencia de su ansiada luz. Tantos años en fosas abisales, sin más luz que la mortecina fosforescencia de algunos peces monstruosos, habían medrado en la visión del joven tritón, que no vio como la quilla de madera de una vieja embarcación se le echaba encima. Un crujido dejó sin sentido y vida al rey del mar, que pudo ver antes de abatirse en las profundidades la luz que tanto ansiaba poseer.

Cayó y cayó, arrastrado por las corrientes del océano de un confín a otro, hasta descansar en un amasijo de coral.

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