15/1/07

Pesadilla después de Navidad (acto tercero)

Acto 3: La pastelería de Don Pelayo

En las lindes de la ciudad,
donde da la vuelta el viento,
un viejo edificio, de una vieja vecindad,
aguanta, estoico, el pasar del tiempo.

Y entre los soportales se cuelan,
los humos de las cazuelas.
Olores de merengue, vainilla y coco,
hacen la boca agua, que no es poco.

Hasta allí, en comanda,
llegan niños en bufanda.
Buscan, como agua de mayo,
la pastelería de Don Pelayo.

Exquisito mazapán se lee en un cartel,
y si por algo es famoso el tal Pelayo,
es por no faltar en un mantel
cualquier dulce o pastel
salido de su mortero,
o de su manga de pastelero.

Cierto día ominoso,
salió éste, presuroso,
y su hijo, muy curioso,
en los fogones se metió.
Masa aquí, almendra allá,
consiguió hacer mazapán.

Por ganarse un halago del padre,
los colocó entre el hojaldre.
Cuando se vino a dar cuenta,
un mazapán llevaba cada clienta.

Doña Tecla, asqueada,
gritaba anonadada:
¡Mazapán envenenado!
Y en la calle lo escupía

Cerca, con mal gesto,
clamaba con grandes gritos:
¡¿Qué demonios es esto?!,
la vieja Milagritos.

Mientras, por la esquina,
con azúcar en un saco
aparecía el pastelero,
y su hijo, muy certero,
cayó en su error fatal.
¡Puso sal al mazapán!.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantan estos tres últimos.

¿Cuál es tu problema con el mazapán? :P